¡Ah!
¡Un!
¡Ah, dos!
¡Tres, tío, tres!
¡Ah, Fibonacci!
Ocho, ocho, ocho, ocho.
¡Fibonacci es la puta clave! ¡Y ahora, trece!
Y con esto, demuestro que las matemáticas y la poesía son...
¡Supermegahiperultracompatibles! ¡JA, JA!
¡Vuelta atrás, amigos míos!
¡Cinco, tío, cinco!
¡Y acaba!
Fibo...
na...
¡zis!
¡Gas mostaza! ¡Corre!
¡Explosiones!
Siente el terror en las piernas,
¡siente la metralla!
Tropiezas con cadáveres, muerdes el suelo,
ríos de sangre, ¡nubes de muerte!
¡Escóndete! ¡Huye! ¡No puedes hacer nada!
¡Llora, sufre, espera! A que llegue la calma.
A que todo se sosiegue.
A que las aguas vuelvan a su cauce.
Y entonces, mira.
Mira hacia allá, cómo rompen esas olas de nucleótidos
desvergonzados, tal maremágnum de dibujos de penes en el encerado de
una clase de muertos, esa sonrisa de gato en el cadáver de un
escarabajo. Llora, hombre, llora, aquí todos estamos tan locos como
aquel hombre que temía a la muerte y decidió darle la mano, como
aquel hombre que salió con paraguas y se perdió la lluvia de amor,
sexo y pigmeos. Dame la mano, el pie, el sombrero; y déjame
estrellarte contra el muro de la verdad, romperlo, liberarte,
lanzarte al vacío, matar tu falsa humanidad, convertirte en una
mariposa divina y un poco homosexual. Quiero que vueles, llores,
rías, grites, te calles en un estrépito de placer y sueños
muertos, que te agites en convulsiones, te atraviesen mil balas,
sufras, odies, llores (de verdad y por la verdad) y entonces, solo
entonces, te des cuenta de que, al fin y al cabo, esta lasaña que he
hecho es algo tan cojonudo que puedes morir tranquilo habiéndola
probado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario