Mataron a los árboles e hicieron muebles verdes.
Qué ironía.
El ambiente es fugaz, melancólico.
Se escucha el ruido de los coches fuera,
y el ruido de los individuos que llevan dentro.
Pequeñas muñecas, en esta mediana ciudad, en este inmenso universo.
Mediana ciudad gris, silenciosa y rutilante,
llena de miradas vacías que no saben lo que pasa
más allá de dos pasos por delante de sus pupilas.
Estos dos árboles que tengo delante,
humillados, maltratados,
en la silenciosa ciudad rutilante,
me miran. Y yo les miro.
En su mirada, sus ojos de madera
de ciudad triste y cansada
veo un futuro:
Estar ahí aguantando años, libros y libretas, gente, pequeñas historias
de esta aula asfixiante y esta ciudad rutilante.
Estar ahí, inmóviles e inquietantes, escuchando números y funciones
y sintiendo eternamente esta atmósfera agonizante.
Estar ahí hasta que alguien se canse y decida que ha llegado una nueva era,
que las mesas no son lo que eran y dejarla en un vertedero, sintiendo la agonía gigante
de esta ciudad muda, en un mundo sordo, en un universo ciego y bamboleante,
de esta gran palabra caótica, en una frase melancólica, en un texto irracional, mudo, sordo, ciego y gigante
de cada persona que vive en esta ciénaga andante como una muñeca imaginaria muda, sorda, ciega y rutilante.
La pobre mesa no puede soportar tanto silencio
gris, frío y tan de nunca,
tanta melancolía junta
de aquí a esta parte,
de este vacío a esta nada.
Dentro de cientos, miles de años
ya no habrá una mesa aquí delante.
Dentro de miles, millones de años
ya no será el mismo este delante.
Dentro de millones, billones, trillones,
números acojonantemente gigantes,
terribles, sordos a la agonía,
vacíos, solitarios, aplastantes,
de años fugaces como este ambiente hilarante,
ya no habrá un delante.
No habrá ciudades mudas en mundos sordos, ni habrá un universo gigante.
No habrá donde posar la mirada, ni habrá un solo ser errante.
No habrá nada, ni tan siquiera el propio concepto de nada.
No habrá quien escriba poemas sobre la pobre nada,
sola y dominante,
muda, sorda, ciega y gigante,
ni habrá una mesa, ni árboles
ni ruido de coches, ni almas rutilantes,
ni tan siquiera un triste cierre
que silencie la voz muda
de este triste poema
concebido en la agonía
de la nada que está delante.
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