domingo, 20 de enero de 2013

Mal hecho.

Es perfectamente normal que, al cortarse una uña, esta caiga al suelo.
Es normal que, después de hacer un poco de fuerza para cortarla, salga disparada y caiga a dos metros de distancia.
Es un poco más raro que, después de sudar sangre para cortarla, salga volaaaaaaando y se vaya de viaje al otro extremo de la habitación.
Pero lo que ya no es normal en absoluto ni admisible es que, después de llorar vómito para cortarla, la uña trace una parábola perfecta en el aire, rebote en el suelo, salga por un resquicio de 1 cm en la ventana, caiga en el ala derecha de una cigüeña, viaje en el ala hasta una ciudad situada a 1327 kilómetros al sursureste, llegue al hogar de un carnicero y una prostituta, se desprenda del ala, caiga al suelo, vuelva a rebotar, se dirija hacia la boca de la prostituta que no paraba de gemir y aún no había visto al ave, se clave en su garganta, le contagie el SIDA que llevaba desde que su dueña original arañó al yonki que la intentaba violar y deje huérfano al niño que traía la cigüeña.
Se espera que las uñas como usted se comporten de acuerdo a su elevado status, señorita.

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